Máscaras: el rostro de otro que era mío

Desde pequeña tuve sensaciones encontradas con el espejo que nada tenían que ver con cuestiones estéticas, simplemente me parecía un artefacto bastante intrigante. A veces permanecía ahí durante mucho tiempo, observando mi rostro, pensando si existía una persona del otro lado que se parecía a mí y que también se estaba mirando, lo cual implicaba que yo estaba siendo su reflejo. Me perdía en esos pensamientos, y esperaba que en algún momento se me revelara algo, como si el tiempo que pasaba delante del espejo pudiera llevarme a través de un pasadizo secreto hacia otras dimensiones. Cosas de niños, dicen.

Hace unos años venía escuchando sobre el Instituto de la Máscara y las experiencias de movimiento que tenían lugar allí; se ponían máscaras, se miraban al espejo y parecía que algo sucedía. Como todas esas cosas que me despiertan curiosidad, apenas tuve la oportunidad, fui a explorar de qué se trataba.

Empezamos haciendo una especie de calentamiento, utilizando distintas partes del cuerpo como motor de movimiento, y luego introdujeron telas que podíamos elegir para jugar con ellas. Siempre me resulta placentero sentir la textura de las telas sobre el cuerpo, sobre todo cuando puedo elegirlas. En ese momento me pregunté mientras bailaba y me movía por el suelo: ¿La tela también es una especie de máscara? ¿Y entonces la ropa? Pensamientos y sensaciones que se me venían mientras la suavidad de la tela pasaba por mi rostro. Mi primera máscara, pensé.

Después nos invitaron a dejar las telas en algún lugar y a elegir una de las muchas máscaras colgadas en la pared. Había una gran variedad de rostros, algunos ni siquiera parecían rostros; máscaras con y sin narices, ojos, boca. Expresiones de todo tipo. Agarré una y me la probé, pero mi cabeza pequeña no podía sostenerla, era demasiado grande para mí. Simplemente dejé esa y, sin mirar demasiado, agarré otra que me llamó la atención por sus colores. Tenía múltiples colores y sentía que eso le daba fuerza. Apenas me la puse, tuve que quedarme parada frente al espejo, observándome. Después de un rato, volvió esa sensación de cuando era pequeña y por un momento sentí que me perdía en esa máscara, como si algo de ella se hubiera plasmado en mí.

Comenzamos la experiencia de movimiento, percibiendo si había alguna diferencia en nuestros movimientos ahora que teníamos la máscara. De pronto, mi pecho se abrió de una manera que no había sentido antes, mis hombros se echaron hacia atrás y sentí que mis pies se apoyaron completamente en el suelo. No podía dejar de caminar por el espacio con la cabeza en alto; me inundó una sensación de confianza que pocas veces había sentido. ¿Era yo? Mi cuerpo adoptó una postura poco conocida y de pronto me olvidé de que tenía la máscara puesta. Fuimos a recoger las telas que habíamos dejado y nos pidieron que bailáramos con ellas como si fueran nuestra piel. Seguí moviéndome por el espacio, con una sensación de confianza pocas veces encarnada en mi cuerpo; con la convicción de que nada de lo que estuviera pasando alrededor podría modificar mi postura erguida y mi caminar con eso que era tela, pero piel, en eso que era máscara, pero era yo.

¿En qué lugar de mi cuerpo se aloja ese poder? ¿Ese sentir de plena confianza en mí misma? Empecé a tratar de recordar en qué momentos me había sentido así y todas las veces que venían a mi memoria eran finales. El final de una charla, el final de un examen, el final de un trabajo, el final. Y ahí entendí que esta máscara me estaba mostrando que, muy en el fondo, en algún recoveco que aún no podía detectar para tomarlo, existía la posibilidad de tener esa confianza mientras estaba en el proceso, mientras lo estaba recorriendo.

¿Además de esta máscara, tengo otras? ¿Cuándo soy yo la que usa la máscara? ¿Cuándo es la máscara la que me usa a mí? ¿Existe esa distinción? ¿Habrá algún momento en el que simplemente no tenga máscaras? ¿Cuántas máscaras tenés vos?



 

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