Tuei Shou y la práctica de soltar el control

Hace varios años, jamás hubiera imaginado la posibilidad de probar una práctica cercana al Tai Chi. Para aquellos que no lo conocen, el Tai Chi es un arte marcial que, en mi imaginario o en mi experiencia antigua de haberlo visto en las plazas, se compone de movimientos lentos y pausados, como si estuvieras en una película de cámara lenta. Nada me resultaba más alejado que la lentitud, una característica que aún hoy trato de incorporar con esfuerzo pero a la que muchas veces he evitado. Todo tiene una explicación, pero hoy no es el momento de abrir ese juego.

Hace dos años, me propusieron asistir a una clase que era Tai Chi pero que no lo era. Creo que ese fue el engaño que necesitaba para animarme a probarla. A veces, las resistencias se presentan en forma de prejuicios, y cuando logramos superarlos, nos encontramos con un poco más de nosotros mismos, con un poco más de nuestro auténtico ser.

Movimientos lentos y conscientes, pero una consciencia que no surgía de pensar en cómo debería ser la forma, sino movimientos que comenzaban a fluir simplemente al prestar atención a la sensación que me producía realizarlos. Estas dinámicas, que incluían enraizar los pies en el suelo, percibir nuestros apoyos y sentir que todo nuestro centro se conectaba con el piso, permitían que mis hombros, muchas veces contracturados, comenzaran a entregarse a la gravedad.

Esta experiencia despertó mi curiosidad, encontrando su lugar en mi cuerpo hasta que llegó el momento de interactuar con otro. Esto es lo que llaman Tuei Shou. El ejercicio consistía en ejercer cierta presión sobre los brazos del otro, como haciendo fuerza para tratar de moverlo del lugar donde se encontraba. La persona que recibía esa fuerza, en este caso, yo, en vez de resistirse con la tensión de su cuerpo, se entregaba a esa fuerza, permitiendo que penetre, aflojando cada músculo y conectándose más con su propio centro y su conexión con el suelo. Es increíble cómo, al dejar de resistirse, las herramientas aparecen y la fuerza aflora sin tensión. Sin darme cuenta, pude liberarme con un pequeño gesto relajado de la persona que me estaba empujando.

¿Cuántas veces en la vida cotidiana nos resistimos a personas o situaciones que no queremos que sean de cierta manera, pero que finalmente son así? A veces optamos por quejarnos, a veces nos preocupamos, nos enojamos y, sin embargo, nada cambia. Terminamos estresados, tensionados. En ese preciso momento en que pude liberarme de esa resistencia, me di cuenta de que existen otros caminos que podemos tomar, que quizás, al dejar de lado el control y simplemente aceptar lo que estaba sucediendo, se abren puertas que antes no había considerado y que son mucho más simples de lo que había imaginado.

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